Si te dijéramos que la razón por la que usas desodorante no es porque lo necesitas, sino porque la publicidad te manipuló para hacerte creer que lo necesitabas, ¿Nos creerías?
“Imagina que sales de casa con prisa y se te olvida aplicarte el desodorante. Crees que no será para tanto, pero el calor y la actividad te hacen sudar excesivamente y tu olor corporal se vuelve absolutamente desagradable. Tus compañeros de trabajo y amigos lo notan. Recibes críticas y burlas, y esa persona especial se aleja de ti…” Con este tipo de anuncios, las empresas de desodorantes manipularon al público de 1920 para lograr posicionar un producto que era prescindible, hasta convertirlo en una industria que factura más de $72 mil millones de dólares al año. En este video, descubrirás cómo la popularidad y el uso del Desodorante se reduce a un marketing inteligente que apunta a lo único que nos hace humanos. ¡Ponte cómodo, porque esto te volará la cabeza!
En el pasado, la higiene no era una prioridad para la mayoría de las personas. Muchos solo se bañaban un par de veces en el transcurso de su vida. Esta falta de higiene era común en épocas anteriores. Un buen ejemplo de ello es el caso del rey Luis XIV de Francia, quien afirmaba con orgullo que solo se bañó dos veces en su vida: el día de su nacimiento y el día que se casó.
Por esta razón, a finales del siglo XIX, la humanidad enfrentaba grandes problemas de higiene que derivaron en 6 brotes de Colera.
Luego de muchos estudios, los científicos de la época descubrieron las glándulas sudoríparas y se dieron cuenta de que el olor corporal era producido por bacterias.
En 1888, un inventor desconocido de Filadelfia desarrolló una crema cerosa con bajo contenido de óxido de zinc antibacteriano que servía como desodorante. La bautizó como “MUM”. No obstante, el producto no era muy popular, pues, en aquel entonces, la gente conocía muy poco su propio cuerpo como para usar una crema en sus axilas.
Unos años más tarde, a principios de 1900, el Dr. Abraham D. Murphey desarrolló un líquido antitranspirante para ayudar a los cirujanos con manos sudorosas. El producto fue bien recibido entre sus colegas.
En cierta ocasión, su hija, Edna Murphey, sintió que sus axilas sudaban excesivamente y se le ocurrió aplicarse el producto de su padre en esa área. Fascinada por el resultado, la chica decidió comenzar a comercializarlo como un producto para mujeres. Lo llamó “Odorono” y rentó una oficina en Cincinnati, Ohio, Estados unidos, para su distribución.
Al principio fue muy difícil venderlo, porque sus usuarios potenciales creían que era innecesario o que podría afectar su salud, además de que pensaban que su color rojizo característico podría estropear su ropa. Sin embargo, en 1912, en una exposición de verano en Atlanta donde Edna intentaba impulsar el producto, el calor hizo que los sudorosos asistentes vieran el producto de la joven como un milagro. Gracias a ello, Edna y su padre se fueron del evento con $30 mil dólares en ventas.
Con el dinero de las ventas y un préstamo bancario por $50 mil dólares de la época, Edna decidió invertir en una prestigiosa agencia de publicidad en Nueva York llamada J. Walter Thompson. En ella trabajaba James Webb Young, joven redactor y ex vendedor de biblias puerta a puerta que gracias a su ingenio se convertiría en una de las grandes mentes de la publicidad del siglo XX.
Inicialmente, James enfocó la publicidad del producto en los periódicos como una cura para la sudoración excesiva, como si se tratara de un problema médico. Y, aunque miles de mujeres conocieron el producto por estos anuncios, solo un tercio de ellas se animaron a probarlo.
Insatisfecho por los resultados, James optó por darle un giro de tuerca a la publicidad. En 1919, publicó un artículo en la revista para mujeres Ladies' Home Journal, donde mencionaba que muchas jóvenes eran rechazadas por sus parejas potenciales debido a su olor corporal, por ende, “si eras una mujer y no resolvías el problema, nadie te iba a amar”. Posteriormente, publicaría otros artículos, todos enfocados en crear una inseguridad sobre el olor corporal y en cómo el mal olor podría generar rechazo de otras personas.
Estos artículos causaron una gran indignación en el colectivo femenino, pues sintieron que era un insulto. No obstante, desde el punto de vista del marketing la estrategia fue un completo éxito. Las ventas de Odorono se dispararon de forma inmediata. En solo un año, las ventas del producto subieron un 112%. Y, para 1927, la empresa ya había superado el millón de dólares en ventas.
En 1929, Edna Murphey vendió la empresa por una cantidad desconocida a Northam Warren, inventor del removedor de cutícula.
El éxito del producto inspiró a otros publicistas e hizo que gran parte de la publicidad de la época estuviera enfocada en hacer sentir mal a las personas consigo mismas para venderles toda clase de productos.
El siguiente objetivo de la publicidad de los desodorantes serían los hombres. Para lograr entrar en este grupo demográfico, adaptaron su mensaje tratando de explotar las inseguridades laborales de la gran depresión. La publicidad llegó hasta el punto de decir que “tener un buen olor” era una cualidad muy buscada en los currículums. Los anuncios publicitarios más comunes afirmaban que, si un hombre no se preocupaba por su olor corporal y no tomaba medidas al respecto, nadie lo iba a contratar.
Antes de la campaña, la costumbre más popular de los hombres era salpicarse un poco de ron después de la ducha para disimular en cierta medida sus olores corporales. Esta práctica fue aprovechada por muchas marcas para vender sus desodorantes en llamativas botellas similares a las de las bebidas alcohólicas.
Pronto se hicieron comunes las campañas de marketing que apelaban a la inseguridad social en las mujeres y la masculinidad en los hombres. Y el mercado se mantuvo así por décadas.
De esta forma, fue como el desodorante pasó de ser un producto que casi nadie necesitaba a convertirse en una industria que mueve más de $72 mil millones de dólares al año.
En 1970, apareció en el mercado la marca Tickle, un antitranspirante en roll-on que se hizo muy popular gracias a su exitosa campaña de marketing que convirtió el producto en algo divertido para las personas. El producto se promocionaba en distintos colores y aromas, y en sus comerciales aparecían mujeres jóvenes y felices, lo que generaba cierta sensación de familiaridad y convertían el producto en algo más parecido a un accesorio de moda, alejándolo así del concepto de ser algo que se usa solo para cubrir una inseguridad.
En la década de los 2000, la popular marca Axe revolucionó la industria de los desodorantes masculinos al transformar el producto en un accesorio indispensable. Sus atrevidos comerciales, que apelaban a la masculinidad y prometían un irresistible poder de atracción, no solo vendieron desodorantes, sino que también marcaron una tendencia en la publicidad y en la cultura popular.
Hoy en día, los anuncios de marcas como Dove apelan menos al mal olor o a hacer sentir mal a las personas por su olor corporal, y se enfocan más en ofrecer frescura y protección durante el día, haciendo ver el desodorante como un producto de primera necesidad que puedes llevar contigo día a día. Sin embargo, las personas tienen más miedo que nunca a las consecuencias sociales del mal olor corporal.
La publicidad nos convenció de que el desodorante es ESENCIAL, pero... ¿Alguna vez te has preguntado si son el desodorante y el antitranspirante realmente necesarios? Vamos a lo técnico:
El desodorante y el antitranspirante son dos productos distintos, aunque la mayoría de los productos de la actualidad son una combinación de ambos. El desodorante se encarga de eliminar las bacterias que producen el mal olor, mientras que el antitranspirante previene la aparición de sudor excesivo. No obstante, algunos de estos productos son tan agresivos que pueden terminar eliminando las bacterias benéficas y alteran la composición del microbioma de la axila, lo que puede ocasionar que el mal olor sea cada vez mayor que antes, o incluso provocar problemas inmunológicos. Por esta razón, es muy común que luego de usar un determinado desodorante por un tiempo, comiences a notar que no surte el mismo efecto. En este caso, se recomienda no abusar del uso del producto, utilizarlo solo una vez al día, y, además, dar tiempo a tu cuerpo para que el microbioma de tu axila se regenere.
Otro grave problema de los desodorantes es que algunos contienen considerables cantidades de aluminio usadas para bloquear las glándulas sudoríparas, además de parabenos, ingredientes que han sido demostrados por diversos estudios que tienen relación con el cáncer de mama. Por lo tanto, buscar fórmulas que prescindan de estos ingredientes puede evitar problemas de salud en el futuro.
Así que, la próxima vez que uses desodorante para salir de casa, pregúntate: ¿Realmente necesitas el producto o simplemente has sido manipulado por la publicidad, los medios y la presión social? ¿Eres consiente de cuántas veces usas desodorante al día y cómo esto puede afectarte?
Cuéntanos en los comentarios qué otros productos conoces que se hicieron muy populares gracias a la publicidad.
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